Por cada uno de los días en que todo comienza y termina,
por los textos de Borges –que son el verdadero Aleph-,
por el otoño, que nos brinda la melancolía y la fértil lluvia,
por los libros una y otra vez releídos, y por todos aquellos
sobre los que nunca podré posar mis ojos,
por la mar de Cádiz, donde para siempre quedó mi niñez,
por el olvido, que nos hace seguir adelante
a pesar de la muerte amenazante,
por el latín cambiante que hablamos,
por el rojizo tronco del alcornoque
y su oculto tesoro de hongos diversos e irisados,
por Iberia, por Bética y al-Ándalus,
por algunos amigos,
por los seres vivos que incesantemente extinguimos
aún antes de haberlos conocido,
por la felicidad, fugaz e inalcanzable como el horizonte,
por el animal que, agazapado, aún se oculta en nosotros,
por la mujer que será la primera en leer este poema,
por la inmortalidad, esa ilusión que mueve
a hombres y mujeres a crear y avanzar,
por los cotidianos milagros del agua transparente
y del pan horneado –de los que muchos carecen-,
por la filigrana de plata y el oro del Carambolo,
por el sueño y los sueños que nos renuevan,
por el amor y el sexo, caras de la misma moneda,
por Mertens y su música elástica, intensa y metódica,
por mi padre y mi madre, encerrados ya en sí mismos,
por ese cadáver exquisito que, con desigual fortuna,
componemos entre todos, llamado Poesía,
por el primer café de la mañana y el último vino de la noche,
por mi apellido de árabe o judío converso,
por mis hijas, que me odiarán, y a las que quizá
termine inspirando ternura,
por los hijos de sus hijos, a los que no conoceré,
por el paraíso que fue Sierra Morena
y que, a pesar de la obra humana, volverá a ser,
por el Guadalquivir, por el que discurren todos los ríos,
por el papel blanco y la tinta negra,
por Vallejo y Neruda y Pessoa y Cernuda,
por la Judería, en cuyo laberinto de intrincadas
callejas y tabernas he llegado a perderme,
por el calor mitigado del Sol,
por la Luna, que nos acompaña fielmente,
por la dehesa en primavera y sus moteadas orquídeas,
por no haber nacido en uno de los infiernos de este mundo.
Gracias por todo ello -y todo lo que callo-
doy al sutil azar, supremo creador
de todo lo existente, lo pasado, posible o improbable
en cada uno de estos días
en que todo comienza y termina.